Pruebas de impacto

Los crash tests, o pruebas de choque de automóviles, son un paso imprescindible en el desarrollo de cualquier vehículo que se lanza al mercado hoy en día. Ya estamos más o menos acostumbrados a ver los crash tests que se realizan de cara a Euro NCAP, a Latin NCAP, a la NHTSA o al IIHS. Estas pruebas determinan unos resultados que las marcas utilizan con fines publicitarios, cuando dicen eso de "5 estrellas en el test de Euro NCAP", como sinónimo de "compre este coche, es muy seguro".

Pero, ilusiones publicitarias al margen, antes de que el coche acabe en manos de estos consorcios que son Euro NCAP, Latin NCAP o IIHS, o en manos de la NHSTA, cada marca ha realizado muchas pruebas de choque para procurar el mejor comportamiento posible para cada vehículo en caso de colisión. ¿De qué manera rompen los fabricantes sus propios coches y cómo comenzó todo? Habría que retroceder unos cuantos años para comprender cómo son los actuales crash tests.

En el principio fue el cuerpo

El 31 de agosto de 1869, Mary Ward se convirtió en la primera víctima mortal de tráfico. Falleció al salir despedida del primitivo automóvil de vapor en el que viajaba. Este hecho serviría como señal de aviso para la industria de la Automoción, cuando comenzara a existir: viajar en automóvil podía poner en riesgo a los ocupantes del vehículo, y era necesario averiguar de qué manera sucedían los choques y cómo se podían poner los medios para reducir los daños ocasionados.

Las primeras investigaciones sobre la seguridad de los vehículos incluían el uso de personas para las pruebas de choque. Este interés cobró mayor importancia después de que Henry Ford decidiera que era una buena idea democratizar el uso del automóvil. En efecto, el uso masivo del automóvil permitió un crecimiento económico y social insólito hasta la fecha, pero también tuvo unas consecuencias nada deseables en el campo de la siniestralidad vial. Hacia 1930, el crecimiento de la automoción como sistema de transporte hizo necesario tomarse en serio las crecientes cifras de mortalidad en carretera.

La Biomecánica, en lo relativo a los choques de automóviles, nació de la forma más empírica posible. Al conocimiento de las leyes de Newton se le tuvo que sumar la práctica de chocar objetos, personas y animales. Vivos o muertos. No sería hasta 1950 que Alderson Research Laboratories y la firma de ingeniería Sierra Engineering fabricarían el Sierra Sam, el primer dummy. Primero, con el objetivo de probar cohetes y aviones; y después, para realizar pruebas de choque en automóviles.

En 1951, Alderson creó el VIP-50 a instancias de Ford y General Motors, mientras que Sierra fabricó el Sierra Stan. Dos décadas más tarde, en 1971, el Hybrid I fusionaría las características de uno y otro muñeco para dar pie al primer dummy masculino de percentil 50, es decir, con el promedio de altura, masa y proporciones de un hombre. Más adelante vendrían las amplias gamas de dummies, que en la actualidad siguen evolucionando con el propósito de reproducir, cada día con mayor fidelidad, las características de los ocupantes de vehículos.

Hasta la llegada de los dummies —y, de hecho, después de aquel momento también— se experimentó con cadáveres humanos envueltos en vendas que contenían depósitos de un líquido que imitaba la sangre, para medir de forma rústica los daños experimentados por los cuerpos. Se sometían los cadáveres a todo tipo de choques, no necesariamente con vehículos: desde las más atroces caídas por el hueco de un ascensor, hasta lanzamientos de toda clase.

Pero, con todo y con esto, el uso de cadáveres humanos no fue la modalidad más sorprende de las viejas pruebas de choque. Veámoslo dando click aquí